El Puntal de Rio Cuarto
MúSICA
Oscuramente fuerte
Abroquelados en la chata paleta musical que ofrecen los medios, y a pesar de lo cacareado de la globalización, nuestros oídos van del Chaqueño Palavecino a Ricardo Arjona casi indefinidamente, con
apenas algún descanso que ni siquiera asoma a otros horizontes.
Por suerte, las aventuras de Troya permiten de tanto en tanto recibir, entre la sorpresa y el beneplácito, a expresiones como las de “Rojo Estambul”, un dúo de difícil clasificación que expresa en sí mismo una diversidad que exactamente contraría al criterio dominante.
Nicolás Blum y Josefina García, absolutamente desconocidos para el público local, y posiblemente también para más de uno de quienes viven a la vuelta de la esquina de su casa, construyen con elementos sencillos y hondos ese rinconcito de novedades que tanto se añora.
La primera virtud que exhiben Nicolás y Josefina es una actitud descontracturada que permite asimilarlos casi como un cruce casual, embajadores circunstanciales, acaso a pesar suyo, que vienen a revelar a través de su musicalidad profunda, la intensidad de sonidos no muy habituales.
Eso porque buena parte de su repertorio está construido en derredor de un obras de la música popular griega, esa que escapa al cliché pintoresquista construido, aquí como en otras partes del mundo, a partir de la imponente figura musical de Mikis Teodorakis y su obra tan intensa en los '60-'70.
Es decir, la música de los autores y compositores de lo que ellos designan como “Zempekiko”, que acaso se escuchan apenas más allá de las fronteras europeas y que no ha circulado por el mundo a causa de esa encerrona tan discordante con la promesa de la cultura global.
Lo hacen con gran ímpetu y calidad, con la sangre puesta en la tarea en el caso de Blum, nacido en Grecia aunque radicado en Argentina, y con una capacidad de asimilación y traslación técnica envidiable en el caso de García, una pampeana que adhiere su violoncello a esa fibra íntima y desgarradora.
Pero “Rojo Estambul” no se queda allí porque agrega otros destellos de música popular trovadoresca centroeuropea, y además una hermosa versión de la “Gnossiennes Nº 1” de Eric Satie, una quebradiza y burlona de la milonga “34 puñaladas” que popularizara Edmundo Rivero y así.
Blum, que es un personaje desenfadado como presentador y se permitió una danza convocando remezones de una cultura intensa, además canta con gusto, es afinado, tiene sentido del matiz y saca de la guitarra y el acordeón lo que necesita. García es impecable, íntima y sensible con su instrumento.
De modo que, aunque los elementos que la constituyen parezcan sencillos, la argamasa es sólida. Sentimientos oscuramente fuertes transitan en las canciones, diversas, que el dúo interpreta con tersura y rara intensidad, en entendimiento pleno.
Es así que, llegado el momento de la despedida, cuando interpretan la impagable “El colibrí”, tema popular nicaragüense que popularizó Silvio Rodríguez, todas las prevenciones han sido derrotadas. Y brota un aplauso de esos que derrochan calidez.
R.S.