Rojo Estambul por Sergio De Matteo

El domingo asistí al recital de Rojo Estambul, dúo de guitarra y chelo, integrado por Josefina Garcia y Nicolas Blum, que se desarrolló en el Centro Municipal de Cultura. Ya había tenido oportunidad de oírlos en la radio o en la reproducción del CD, pero apreciarlos en vivo ha sido una hermosa aventura. Y a esto lo digo en ... el sentido de descubrimiento y percepción, donde la cebolla de cristal se abre y absorbe las destilaciones universales, donde se mezcla la música de las esferas y la música de la cotidianeidad. Y parte de la develación está signada en un ritual y en una ceremonia en que los artistas se encuentran descalzos, como canalizando energías que fluyen entre los diversos estados: cielo y tierra, agua y aire; y la criatura humana siendo parte de dicho movimiento.
"El canto, como el mundo", escribió Pablo de Rokha, "el canto ha de crear atmósfera, medida del universo, ambiente, luz, que irradie de soles personales”. Ese es el punto de encuentro: la irradiación de un sol personal, como punto de proyección, y es donde se cataliza la destreza manual, el toque del instrumento. Desde esa convergencia nace la armonía que cada uno lleva y ejecuta ante la vida, ante ese público que observa, que escucha, y que también busca.

He ahí la guitarra, con su pulso, he ahí el chelo, también con su pulso; y los sonidos que se acoplan y se anudan pero, a la vez, se ramifican en un ritmo donde los matices y la diversidad decantan en un canto de júbilo. Esa cierta luz, entre mortecina y algo melancólica, enciende un fuego, y ese fuego es el espíritu que pulsa, es la vida que vibra, y es poesía: la poesía es tiempo y arde, la música es tiempo y arde. Porque existir es sagrado. Somos una interrogación que festeja y colapsa. Y ocasionalmente, y con sentidos de iluminación, nos lleva al sentido o al sinsentido de nuestra existencia.

Como señala María Zambrano —al encontrar algo que nos relaciona con los seres, con la vida misma a través de los actos, a través de la música, en este caso—, somos "Los bienaventurados": La vida se arrastra desde el comienzo. Se derrama, tiende a irse más allá. A irse desde la raíz oscura, repitiendo sobre la faz de la tierra —suelo para lo que se yergue sobre ella— el desparramarse de las raíces y su laberinto. La vida, cuanto más se da a acrecer, prometida como es al crecimiento, más interpone su cuerpo, el cuerpo que al fin ha logrado, entre su ansia de crecimiento y el espacio que la llama.

Descubrir esa sensación y ese estado de emergencia del cuerpo trashumante del mundo depende de los estímulos, depende de las circunstancias, y ese paso fundacional podría comprender a Rojo Estambul; porque incorporarse a su espectáculo es como reconocer el fluir de las esencias, porque tocan el instrumento que es el cuerpo que es la intensidad que es, en definitiva, la misma intimidad…